Tengo que matar… a una Semana

Tengo que matar… a una Semana. Si señores, ¡fui yo! Eso es lo que diré en mi defensa. En el domingo de actos, con auténtica frialdad (hacían unos malévolos cero grados), con alevosía y premeditación, lo planifiqué. Necesitaba urgentemente una coartada. Pensé también en lo de siempre: conseguirme un certificado médico y alegar “locura temporal”. Estaba eufórico, fuera de mis cabales. Hace tiempo que no convivía con esa sensación. Pero lo que más me extrañó es que no sentía rabia, ni odio. No,  tenía todos los síntomas posibles del bienestar más absoluto. Solo me faltaba tenerla en frente. Sin cámaras, ni redes sociales, ni lenguaje binario ilegible. Sólo quería estar allí. Sólo quería que fuera más mía. Pero se interponía ella… esa ingrata, esa desalmada semana que para colmo iba a durar exactamente lo que una fría semana de enero. (En ese momento sé que el jurado no va a estar conmigo, pero no me importa, incluso tampoco me afectará el simple análisis de que la semana asesinada también me la descontaré yo mismo de mi calendario) Entonces volví a nadar en esos hermosos ojos en los que habita la primavera y casi se me olvidó mi plan ¡gracias skype! Pero como siempre, nada es eterno, dentro de minutos tendremos que cortar la comunicación porque la vida sigue. Entonces de nuevo me convertiré en futuro asesino y recordaré con desagrado que ya Manzanero, aquel pequeño cantor, se encargó de alertarme que las semanas enamoradas, suelen tener más de siete días…

Año nuevo… vida nueva, dicen

Año nuevo… vida nueva, dicen._”Na, yo lo celebro porque, como todo el mundo lo hace…”. Pero esta vez creo que ya basta de lugares comunes. Es cierto que este cambio último no ha sido una fiesta para mí. Hasta que recuerdo, Madrid no se había mostrado tan húmedo y frío en una fecha así. Pero creo que la ciudad no tiene la culpa. Otros años también me emborraché, también me acompañó la resaca. El día primero pasó como un desconocido que te pide la hora, pero que luego no te da las gracias. Es curioso, llenamos esas primeras veinticuatro horas con dolores de cabeza, sed y asco; cuando en realidad es el primer día del año en que nos habíamos deseado todo lo bueno por venir. Ya se sabe (y hablo por mí) somos hijos del maltrato. Bueno, dicho está. Espero que este año nuevo con faltante de algunos días (mas que nada, porque sé que habrá mas resacas) se equilibre al final y nos veamos todos, casi odiándolo, a finales de diciembre. Ahora queda esperar a los Reyes y creer que por fin, después de cuarenta y tres años, traigan la mirra, el incienso, etc. Aunque no me asombraría que entre tanto maná, me llegue, adosado, perfectamente envuelto para regalo… la porción de carbón que me toca.

paseando a miss madrid…

Paseando a Miss Madrid de noche y sin alevosía. Un árbol gigantesco lleno de luces marcaba el kilómetro cero. No llevaba adornos comprados en “los chinos”, esas lucecitas que guardamos absurdamente de año en año como si fueran piezas de valor. Madrid sonaba a villancicos, pero yo me esforzaba en recordar aquel fragmento de “Tosca” que tanto me gusta. Hacia frío; y el gentío, esos semejantes que te acompañan a todas partes sin permiso, entre cruces inoportunos y pisotones, hacían que no echara en falta mi bufanda de colorines (la alegre, le llamo yo). Recóndita armonía… insistí. Era mi manera de bloquear el kitch que se derrama por estas fechas. Una preciosa chiquilla con gorro de “mamá noel” y sonrisa de “con la alegría que me sobra te puedes hacer un plan de pensiones” me miró y me hizo recordar que mañana (hoy) es el día de los inocentes. La Plaza Mayor seguía ahí, el Mercado de San Miguel, el Arco de Cuchilleros y hasta la estatua de Don Jacinto Benavente me susurró otra vez -¡Hombre!¡Extranjero! ¿Otra vez por aquí?- En otro momento le hubiera sacado el carné de residente y con tono desenfadado (falso, claro) le hubiera repetido esa respuesta que antes me hacía mucha gracia: – ¿Qué tal Don Jacinto? Aquí, devolviendo la visita.- Pero me despertó mi niña con una  de esas frases que marcan el punto de giro de una cadena lógica de pensamiento: – ¡Tengo hambre!- Ya eso no pega con “Tosca”. Madrid me acogió de nuevo. Tanto, que no fue oportuno recordar algún mal momento de estos doce años. Ni falta que hace.

Mañana será otro día

Mañana será otro día, me dije. Ya se sabe, las mudanzas son así. ¿De dónde coño ha salido tanto trasto? Un cariñoso dolor de espalda me desveló y me puso a hacer guardia delante del ordenador desde las cinco… ¡otra vez las cinco! Parece que con tanto reguero y tanta caja, Papá Noel se asustó y me dejó en esa. Pensé al principio que era por la falta de chimenea; pero comprobé la rendija de la ventanita y se había mantenido abierta. Yo me pregunto: Si ese fino hilo de aire helado puede entrar, entonces ese viejo gordo también; porque es mágico ¿no? Después de cumplir los cuarenta es que he llegado a comprender el verdadero sentido de la frase de mi padre: “Estoy “estropeao”. Tengo que guardar bien esta libretica, sin esos teléfonos, estoy perdido. ¡Coño, el cargador del móvil! Hace casi un siglo culpé a mi niña de extraviarlo. Pero yo soy persistente, lo he estado esperando desde el veinticuatro hasta hoy. Le puse leche a los renos, dejé la media colgada en el clavito que sustentaba el cuadro falso que había en el salón. Si no viene… por mí no va a ser; la esperanza es lo último que se pierde. Ahora se me pasó para el lado derecho; mira que me jode tomar pastillas, pero creo que voy a tener que ceder. No, esa caja se queda, hay cosas que es mejor dejarlas a un lado; todo eso está mejor así, en una caja sellada y sin dirección a donde enviarla. Cuando se despierte mi niña me voy a asesorar; quizás hay algo que no he hecho bien. Por desgracia, en mi infancia no adquirí experiencia en esto de la navidad y puede que no haya seguido los pasos correctamente. Voy a hacerme otro café a ver si estiro las piernas y me quito de la boca este sabor a mierda del paracetamol. Tengo que coger impulso, sino, el pinchazo me parte en dos. ¡Ay Doime mi hermano! ¡qué razón tienes! Nosotros, los cuarentones modernos, hemos llegado a la Tercera Edad… ¡sin pasar por la segunda!

El guajiro que llevo…

Esta mañana mi móvil en su faceta de despertador no me llamó. Se quedó sin batería; olvidé recargarla. Es que anoche… anoche… El guajiro que llevo dentro quiso salir anoche a pasear. Lo tuvo jodido, porque yo mismo me quedé en casa y el clima se encargó de darme la razón. Pero es testarudo y me plantó batalla hasta que aplasté el Nokia sin querer y vi. que eran las cuatro. El guajiro que llevo dentro no estudió, pero sabe. Es basto y primario, pero justo. Tengo tres mensajes sin leer. Yo en cambio todavía insisto. Me pidió ron y  le dí té. Se encabronó más, claro. Entonces me dijo cosas que por pudor no repito. Bandeja de entrada, opciones… borrar. Entonces me bebí el té yo; y casi fuera de sí, se arrepintió de todo (una pena, estaba a punto de darle la razón). Entonces… recordé mi plan para mañana (hoy) y pacté un despertar estridente para las nueve. Entonces bebí otra vez. Entonces… no recuerdo nada más. Esta mañana el móvil amaneció muerto; lo encendí y me pidió una contraseña (buen comienzo) después la tarjeta SIM tuvo el descaro de preguntarme: “¿Cómo estás?” y a pesar de lo de anoche, no he tenido mas remedio que darle a “Aceptar”.

Y la Bolsa subió.

Y la Bolsa subió. Anoche, un Solomillo de ternera (muerta ya) me plantó cara y tuve que defenderme. No fue fácil. Era mi primera semana de dieta y tocaban proteínas. Se vaticina que no bajará por lo menos en las próximas fechas; la Bolsa, claro. Fue mi hermano el que insistió, así, sin nada que celebrar; al duro y sin guante. La venezolana que ejerció de camarera se despachó contándonos sus cuitas de emigrante. Que si estuvo primero en Miami (y le encanta), que si aquí la tratan bien, que si vino por amor… pero de la Bolsa, ni una insinuación; nada. Dice mi hermano que es normal, que el malestar digestivo que me tiró de la cama hoy a las 5 se debe a reajustes de mi sistema. Lógico, pensé; si China sigue como va y el Dólar está más bajo, Europa exporta menos y a río revuelto… ya se sabe. Pero el Solomillo fue poco a poco perdiendo la batalla, incluso se hizo acompañar de un pequeño cuerpo de seguridad de papas fritas y unas tiritas de pimiento rojo (por el pudor, creo). Menos mal que la hoja de periódico que queda en mi Baño sólo tiene la sección de economía, porque en este estado mental es mejor acordarme del Solomillo y leer sobre la Bolsa (que no comprendo). Mira… y visto lo visto… hoy por hoy… forman parte de la misma mierda.

Cuando llegue la Luna llena…

Cuando llegue la Luna llena iré… no a Santiago, no. Iré a Miami. Perdón. No tengo claro quien dijo: “Todo cubano que se respete, tiene un abuelo en España y un Tío en los Estados Unidos”. Por sí o por no, casi siempre es politicamentecorrecto cumplir alguno de estos requisitos. ¿Políticamente dije? ¡Ah caray! La verdad es que esa ciudad ¿estadounidense? parece ser el sitio natural de cada cubano errante. ¿Y las leyendas?… Sí, casi todo el mundo habla pestes en algún sentido de esa especie de basenavalcubana que el exilio fabricó en el “corazón del monstruo” como contrapartida de Guantánamo. Se ha visto de todo: gente que va de visita, alguno que vive allí, etc. Yo mismo he rajado de lo lindo para bien y para mal. Error. Simples conjeturas sin conocimiento de causa. Ya se sabe como somos los cubanos.

Pero están los amigos; esos que dejaron vacío el Malecón y que ya no es lo mismo.

De cualquier modo, en Mayo, iré a Miami. Y ¿sabes qué? Luego de tanta lejanía; de mi exilio desde Santa Clara a la Habana (el verdadero); desde Madrid, con sus buenas y sus malas, en el fondo… me alegro. Hay algo que me dice que aunque Miami haya heredado ese espíritu de putaqueridayodiada (como su madre Cuba); siempre queda la extraña sensación de que, hasta que no la conoces, te estás perdiendo algo.

este manto blanco…

Esta noche nevó en Madrid. Mira tú que cosa. Con la discreción sonora que le caracteriza. Llegó sola, de madrugada; como aquel familiar lejano y desvergonzado que se aparece sin más, de noche, sin avisar. Nieve en Madrid. Y yo que todavía no termino mi viaje. Y no me asombro. La otra vez también nevó, pero… los que viven en Boston o Moscú no lo comprenden. Quizás sea el año que termina. O tal vez el desconocido que llega. La Navidad no, seguro que no. Dios mío… ¡si ya son las ocho! Pero no sé por qué razón me ha despertado una frase aprendida, robada alguna vez de un Prólogo ajeno. Era un libro de Darío; Rubén Darío (que el otro Darío era muy belicoso y la nieve no es así). Ese Poeta, si. Un muerto reciente prologaba: “Es cuando Darío dice: ¿No oyes caer las gotas de melancolía?…” Y yo, como aquel, siento la irrefrenable necesidad de contestar: “No, Rubén, no oigo caer las gotas de melancolía”. Sin embargo, esta noche nevó en Madrid. Mira tú que cosa.